En septiembre os conté cómo surgió la idea de la novelette ‘El último de los thaûrim’, publicada por Literup Ediciones en 2019. Este mes voy a hablar sobre un tema que me habéis pedido por redes y que ya habéis podido ver en el título de la entrada. Antes de meterme de lleno en mi experiencia publicando, voy a hacer una introducción sobre mí.
Empecé a escribir con 13 años, aunque en realidad siempre me había valido de las palabras por escrito para expresarme. Con 14 años la profesora de Lengua y Literatura, tras leerse un relato mío, me dijo que tenía mucho potencial y que siguiera escribiendo. Aquello fue el empujón que necesitaba para dejar volar mi imaginación. Le hice caso. Todavía lo sigo haciendo. La escritura se convirtió en mi vía de escape, una que no sabía que necesitaba.
Con 15 años comencé mi primera novela, me presenté a concursos de escritura y gané algunos de ellos, lo que me animó a seguir. Fue entonces cuando me rondó la idea de ver, algún día, mis historias publicadas. La novela pasó por varios procesos de reescritura antes de enviarla a editoriales. Recibí una propuesta de coedición que rechacé por motivos económicos. Después de aquello y de no poder dedicarle mucho tiempo a la escritura, empecé otra novela, me apunté a varios cursos/talleres de escritura y retomé los relatos.
En 2016 una parte de mi sueño se hizo realidad. Publiqué, con el seudónimo de Olivia B. Gastón, en dos antologías: La isla del escritor (Literup Ediciones) y Refugiados (Playa de Ákaba). Más tarde, en 2018, Literup Ediciones sacó la convocatoria Válidas y decidí presentarme. Fueron tres meses de trabajo a contrarreloj escribiendo mi tercera novela. Un tiempo después de que acabara la convocatoria yo ya me esperaba la temida negativa, pero me dijeron que querían publicarme. Ahí empezó una montaña rusa de emociones y mucho trabajo:

La corrección y el ego del escritor
Me encantaría decir que la corrección es un como un paseo en barca: tranquilo y bonito. Si se trata de una buena corrección, tanto ortotipográfica como sintáctica y de fondo, no lo es. Tampoco es que sea como luchar contra gigantes. Una buena corrección debería estar en un punto intermedio donde el editor y el autor trabajan mano a mano, como un equipo, y donde no hay cabida para el ego del escritor. Es cierto que la obra es tuya, pero hay que ser permisivo y abrirte a ideas que pueden mejorar la historia y hacerla más redonda.
Para mí, la corrección fue un proceso duro porque es una parte del proceso creativo que me cuesta desde siempre y porque por aquel entonces no tenía demasiado tiempo. Sin embargo, aprendí mucho. No solo lo noto yo, también lo nota la gente que me había leído antes de publicar ‘El último de los thaûrim’ y que ha leído cosas posteriores.
La corrección me ha hecho ser consciente de mis errores, de estructuras que repetía sin darme cuenta y de muchas otras cosas más que no veía. Incluso ha cambiado mi forma de leer. Ahora me fijo en esos detalles que antes no reparaba como el uso de gerundios y adverbios acabados en -mente (palabras que entorpecen y vuelven lenta la narración), coletillas, etc.
Corregir con Meritxell y José era aprender y mejorar. Es cierto que hubo momentos en los que quería mandar a la mierda todo o en los que me planteaba si realmente sabía escribir. No era yo quien lo pensaba, era el síndrome del impostor el que lo hacía. Ahora veo todo el camino que recorrí y me doy cuenta de lo mucho que mejoró no solo la novelette, sino también yo como escritora. El cansancio, las horas robadas al sueño porque íbamos a contrarreloj merecieron la pena, aunque en ese momento pareciera que los cambios y las modificaciones no tenían fin.

El síndrome del impostor
Si durante la corrección el impostor hizo acto de presencia, volvió a hacerlo durante la preventa y después de que se publicara la novelette. Porque el miedo a que a la gente no le guste tu historia está siempre ahí, acechando para atacar en cualquier momento. Porque al publicar te expones y eso da mucho miedo.
En mi caso era una exposición doble, ya que había plasmado en la novelette una parte de mí, de mis miedos y de mi dolor. Entre las páginas del libro hay cosas de las que nunca me había atrevido a hablar, momentos que todavía hoy hacen que los ojos se me aneguen de lágrimas. A ese terror, se le añadió otro más: escribí ‘El último de los thaûrim’ porque necesitaba hablar del Alzheimer, necesitaba curar una herida que aún seguía abierta. ¿Qué pensarían los que habían estado cara a cara con el Alzheimer? ¿Se sentirían identificados con la historia o por el contrario no verían en ella nada en lo que reflejarse? ¿Sería demasiado dura de leer? Esas eran algunas de las preguntas que rondaban mi cabeza.
Han pasado casi dos años de la publicación. El miedo sigue ahí, pero he recibido tanto cariño y tan buenas palabras de tanta gente, que ahora está encerrado en un cajón. Esta historia me ha permitido conocer gente nueva, saber de historias que de alguna manera también están reflejadas en ‘El último de los thaûrim’ y, por supuesto, continuar con la escritura con fuerzas renovadas.
Como ya he comentado antes, publicar es una montaña rusa llena de frustraciones, ilusión y muchas horas de trabajo, sí, pero a mí me ha ayudado a crecer como persona y como escritora y eso no lo cambio por nada del mundo. Desde aquí le doy las gracias, una vez más, a Meri y a José por apostar por Vaalir y Magog. También a todos los lectores que se han sumergido en esta aventura y a todos lo que lo harán en el futuro.